Que dulce beso

Ella se acerca a él y sus labios hicieron contacto.

Él la toma de sus cabellos y cierra los ojos para imaginar que están en medio de un jardín secreto. Los asientos son arbustos de Lila y de los paneles colgados brotan flores de maracuyá. Frágiles pétalos caen entre ellos pero su piel solo siente el dulce néctar de sus bocas. Ella trata de respirar y sin querer captura el aroma de un árbol de magnolias que parecen mariposas, él respira y siente jazmines delicados e inmaculados. Ambos siguen unidos en medio de una multitud a quien no le importa en lo más mínimo lo que allí viene sucediendo, pero para ellos el tiempo se ha detenido en un segundo que se ha hecho eterno. El perifoneo se convierte en canto de ruiseñor, los celulares trinar de colibrí. Ella se agarra de su hombro como en esa última noche de pasión y él la toma de su cintura para llevarse el calor zigzagueante de su cuerpo. Es una promesa de volverse a encontrar que se sella con gotas de mar que mojan sus mejillas. Su amor se desborda sobre el piso de mayólica del cual germinan amapolas de despedida. Las luciérnagas anuncian la llegada de la noche e indican el rumbo que los separará por varias estaciones. Ella abre los ojos. Él abre los ojos. Una sonrisa ha terminado el lazo que aún se conecta con una mirada que está hecha solo para el otro entre los miles que ahora merodean con maletas su jardín secreto. Atrás de ellos una escalera mágica te lleva sin que te muevas hacia la copa de los árboles. A ese nivel un joven está sentado y tiene dos bastones entre sus piernas, ha dejado de comer su tajada de torta de nuez pues a través de la pared de cristal mira fijamente desde arriba a la pareja que ha culminado el beso del cual emergió la naturaleza de su deseo. Tiene una cucharita en la mano, la lleva a sus labios y piensa... que dulce beso.